Por Catalina González Sarmiento
Scouts Soñando El Sur
10 al 18 de Julio
Salimos de Puno hacia Bolivia el 10 de julio por la mañana. Nuestro primer destino sería Copacabana, pero primero teníamos que cruzar la frontera. Varias personas se habían encargado de llenarnos la mente de ideas raras sobre la frontera con Bolivia, y el conductor del bus en el que íbamos no ayudaba a mejorar la situación. El sujeto amenazaba con dejar al que se demorara, además nos advirtió que del lado de Bolivia no se podía tomar fotos.
Mientras hacíamos la fila para sellar los pasaportes de salida de Perú, nos empezó a entrar el desespero porque nos pidieran el carné de vacunación del lado de Bolivia. El hecho de que estuviéramos una hora haciendo la dichosa fila hizo que el malestar por el carné fuera tal que Jorge Mario fue a averiguar en un punto de salud cómo estaba la situación. Allá las noticias no fueron esperanzadoras.
Parecía que estaban molestando bastante si uno no estaba vacunado. Catalina selló su pasaporte y corrió hasta el lado de Bolivia para decirle al conductor que le dejara sacar sus certificado de vacunación, el cual estaba en la maleta. El señor se limitó a gritar que él no iba a abrir el maletero y que debíamos apurarnos o nos iba a dejar. Catalina corrió nuevamente (a más o menos 3600 m.s.n.m) hacia el lado de Perú para avisarle al resto que el señor estaba como una tatacoa amenazando con irse, pero esto pasó a segundo plano cuando los encontró a todos en el puesto de salud VACUNÁNDOSE CONTRA EL SARAMPIÓN. La vacuna era gratis así que “gratis, hasta un planazo”. Cruzamos al lado de Bolivia y en 10 minutos estábamos montados nuevamente en el bus rumbo a Copacabana. Nada de nervios
La idea en Copacabana era ir a la Isla del Sol que queda en el Lago Titicaca, pero las lanchas sólo salían hasta el medio día por lo que ya debíamos esperar hasta el día siguiente. En vista de que Copacabana es un lugar pequeño sin mucho para hacer, decidimos quedarnos en el muelle un rato disfrutando de la vida. Mario se fue para la laguna y 15 minutos después ya estaban los 5 machos de la manada metidos en las “cálidas aguas” del Titicaca. El agua estaba tan sabrosa que Pablito quedó bautizado como “el delfín rosado” por los sonidos extraños que hacía debido al frío tan bravo. Rápidamente se convirtieron en la atracción del pueblo, pues todos los lancheros estaban encantados con los turistas pendejos que decidieron meterse al lago en calzoncillos en pleno muelle.
Esa tarde subimos al cerro a ver el atardecer. Más tarde, cuando bajamos, decidimos darnos uno de los grandes gustos del paseo, por lo que nos metimos a un restaurante y pedimos dos pizzas familiares con entrada de nachos. Comimos hasta quedar repletos (o por lo menos quedamos repletos los que nos conocemos el fondo). A la salida del restaurante el frío era tan impresionante que nos fuimos rápido para el hostal.
Al otro día nos levantamos, preparamos algo de comida para la Isla del Sol y arrancamos. Nos montamos a un barquito y obvio nos hicimos en el techo para tener mejor vista. Estábamos cruzando un estrecho lleno de piedras enormes cuando vimos cerca un barco dirigiéndose a nosotros. Estuvimos por lo menos un minuto diciendo cosas como “oiga, como que nos vamos a chocar. Ese barco como que no nos ha visto. ¿Será que nos damos? ¿Se imaginan que nos choquemos y nos toque nadar en el agua helada? Y si… ¿Y qué más?” ¡HASTA QUE EL CHOQUE FUE INMINENTE! Nos abrazamos y nos tiramos al piso esperando lo peor (tener que mojarnos en aguas heladas). La punta del otro barco entró completa por las ventanas del primer piso, volaron astillas de madera y, claro, nos asustamos, pero apenas nos dimos cuenta de que no nos íbamos a morir (ni a nadar en el Titicaca) empezaron los chistes.
El paisaje antes de llegar a la isla es monumental. El lago es tan grande que por unos lados no se ve la orilla, mientras que por otros se ve toda la cordillera de los Andes blanca de nieve. Llegamos a la isla y empezamos a caminar. En nuestra caminata, que supuestamente duraba 4 horas, pero que en realidad duró como 6, sentimos cómo la altura nos pegaba en algunos momentos. Caminamos y caminamos y caminamos hasta que nos quedamos solos en el camino. El plan era llegar hasta el otro lado de la isla y acampar en la playa para regresar a Copacabana temprano en la mañana y salir de una para La Paz. Ese era el plan. Se hizo de noche y el camino ya casi no se veía, pero la noche estaban tan, pero tan tan tan estrellada que no era una noche negra. Hasta pudimos ver algunas estrellas fugaces. Eso sí, ya estaba haciendo bastante frío. Caminamos hasta que nos metimos entre unas casas. En una de las casas nos preguntaron que si estábamos buscando zona de camping, les dijimos que sí y nos respondieron que si queríamos podíamos acampar ahí en la casa de ellos.
Armamos la carpa y nos metimos a calentarnos en la cocina, que era un pequeño cuartico afuera de la casa. Uno de los niños de la casa fue a armarnos conversación. Nos contó que ellos hablaban en Aymara, una de las lenguas más habladas de Bolivia, y que esa noche se iba a reunir con sus amigos en una cancha para preparar helado de papa… que iban a llevar unas papas cocinadas, las dejaban en la cancha y a las 5 a.m las papas iban a estar “congeladas como piedras”, y mientras decía “congeladas como piedras” nosotros nos mirábamos con terror de ir a amanecer como las tales papas.
Al otro día regresamos a Copacabana y cogimos un bus para La Paz. La carretera entre estos dos lugares es increíble, entra en el ranking de los mejores lugares del viaje. Llegamos a La Paz y allí nos recibió el Scout Edwin Huanacoma. Nos llevó a la casa de su Grupo, donde dormimos las dos noches siguientes, y donde un fantasma nos asustó la primera noche. Dejamos nuestras maletas y salimos con él y otros Rovers a caminar un rato. Fuimos a comer a Pollos Copacabana, los mejores pollos de La Paz y luego charlamos un rato largo.
Al siguiente día fuimos a dar una vuelta por el centro, pero no pudimos ir a la plaza central porque había manifestaciones de la gente de Potosí. Nos fuimos a chismosear a ver qué era lo que estaba pasando y terminamos huyendo de las “papas bomba” que empezaron a explotar. Luego quisimos ir a los museos de la ciudad, pero resulta que como era lunes estaban cerrados y no pudimos entrar. Nos fuimos entonces para la calle de las brujas, un lugar donde venden artesanías, pero también fetos de llamas y amuletos para realizar ritos de no sabemos qué tipo, ni con qué finalidad.
Nos encontramos con los Rovers con los que habíamos estado la noche anterior y fuimos a conocer el cable aéreo. Lástima que no pudimos montar en la línea roja desde donde, cuenta la leyenda, se puede ver un carro caído en un abismo que jamás pudieron sacar. Esa noche nos comimos una pizza enoooorme. Ese martes por fin pudimos ir a los museos y conocer la plaza principal, aunque tuvimos que pedirle permiso a la policía para poder entrar porque las manifestaciones seguían. De la plaza nos sorprendió el reloj que da la hora exacta, pero con los números al revés, y la cantidad de palomas por metro cuadrado que había. Pablito dijo que con razón la paloma es el símbolo de “La Paz”.
En la noche salimos para Uyuni con todos nuestros implementos para el frío, pues Uyuni sería el lugar más frío al que llegaríamos los 7. La carretera era una trocha en la que más de una vez nos sentimos morir, pues, aparentemente, la otra carretera estaba cerrada por lo de las protestas del Potosí. Más o menos a las 6 de la mañana nos despertamos e intentamos ver por las ventanas del bus, pero ¡ESTABAN CONGELADAS! Llegamos a Uyuni y, como en muchos otros lugares, no había terminal y nos dejaron en una calle abandonados al frío. Cuando por fin apareció el señor que nos iba a hacer el recorrido, nos abrazamos de la felicidad y corrimos al carro. A las 10 a.m salimos para el desierto en el que queda el Salar. Ese día pudimos ver una gran cantidad de llamas y vicuñas, por lo que Suri estuvo a punto de morir de la felicidad. También vimos otros animales que no conocíamos, como el conejo con cola de ardilla, o la avestruz peluda (Emu), e incluso flamingos rosados. Estuvimos en lugares donde el agua estaba tan congelada que podíamos caminar por encima de ella, y en unas montañas de piedra gigantes que se dejaban escalar. El atardecer fue muy bonito, muy rojo. El paisaje del desierto es increíble, rodeado de nevados y montañas, pero al mismo tiempo unas planicies que iban hasta donde daba la vista. Esa noche dormimos en un hostal donde el frío de la noche casi nos congela las cobijas y el agua de las llaves casi nos quema las manos… claramente de lo fría que estaba.
Al día siguiente continuamos el recorrido por el desierto, estuvimos en una laguna muy congelada en la que patinamos un rato, vimos más animales desconocidos y llegamos hasta la frontera con Chile. Nos montamos en un tren abandonado y caminamos un poco por los rieles. Allí tuvimos nuestro primer acercamiento con la sal. Íbamos en el carro disfrutando del paisaje, cuando Cali, el conductor, nos preguntó que si nos parecía bien ayudar a una llama. Claramente le dijimos que sí y paramos. Nosotros todavía no entendíamos muy bien qué estaba pasando hasta que vimos a la pobre llama atrapada en una laguna congelada. El hielo se había roto y ella se había ido al agua. Lo primero que se nos ocurrió fue caminar por encima del hielo para intentar sacarla, pero estaba muy delgado y nos podíamos caer nosotros. Luego pensamos en una cuerda, pero no teníamos. Al final decidimos asustarla y ella sola pudo salir. Parecía con las patas quebradas, pero era el frío. Después de un momento se pudo parar y se fue corriendo. Nos sentimos muy contentos por ella. Pasamos la noche en un hostal construido todo con sal, incluidas las camas y las mesas de los cuartos. Allí también sentimos muchísimo frío. Antes de que saliera el sol, arrancamos para el salar y allí vimos el amanecer. Luego empezó el recorrido del último día, en el que nos tomamos muchas fotos y conocimos sitios muy interesantes, como el lugar donde hay un montón de banderas que las personas han ido dejando amarradas, o la estatua del Rally Dakar. Fuimos al cementerio de trenes, en el que estuvimos un rato largo explorando el interior de éstos y luego regresamos a Uyuni.
Llegamos como a eso de las 10 de la mañana y el bus que nos llevaría a La Paz salía hasta las 8 de la noche, así que no sabíamos qué hacer mientras pasaba el día. Empezamos a caminar y nos encontramos un parque con un rodadero inmenso. Empezamos a jugar y media hora después estábamos rodeados por más o menos 20 niños. Jorge Mario se hizo amigo de todos y ahí nos quedamos con ellos hasta las 6 de la tarde. Nos enseñaron juegos con las cartas e hicieron competencias de escalada de rodadero en las que era fundamental babearse las manos y los pies para poder escalar más rápido. Nadamos en un mar de babas de niños.
Llegamos a La Paz temprano por la mañana e inmediatamente fuimos a conseguir pasajes para Arequipa, para irnos de una vez para Perú. Los únicos que conseguimos incluían una parada de todo el día en Copacabana y a las 6 p.m nos montaban en otro bus. Cuando ya era momento de montarnos al bus que nos llevaría a Arequipa, el señor de la empresa nos dijo que nuestros cupos estaban revendidos y que no podíamos irnos ahí. Estuvimos alegando por lo menos 15 minutos. El señor insistía en que nos iba a devolver la plata, pero no toda porque él no iba a asumir el pasaje desde La Paz hasta Copacabana, y nosotros insistíamos en que o nos devolvía toda la plata por incumplir con el contrato, o nos mandaba en ese bus como fuera. No fue sino hasta que le dijimos que entonces íbamos a ir a la policía de turismo que se avispó a montarnos al bus, que ya iba de salida. De esta forma, un poco accidentada, nos despedimos de Bolivia.
Vea el álbum completo en: Bolivia: Gratis hasta un planazo